sábado, 24 de febrero de 2007

adoro tus pies


abre los ojos

-¡Mimí! Vente a bailar conmigo.
-Hola Mónica. Cuanto tiempo.
-Sí, mucho tiempo.
-No sé que decir...
Nos abrazamos. María la había dejado, poco me contó, los ojos de Mónica tan abiertos, esos que se sirven de miradas gachas para tapar historias amargas. Cerca del tocadiscos dos muchachas bailaban música lenta. Yo era lo más cerca que ella estaría de María. ¿Por qué habría venido? Por amor, amor no correspondido. Tenía mi edad, en tres años su carita de niña, se percibía sólo en la oscuridad. Frágil, borracha y honrada, Mónica era un instrumento más de la vida que se dejaba maltratar. La besé y se dejó besar, labios de mujer enrojecidos como cerezas resaltando en la palidez de la piel. La sentí respirar, menos frágil.
Miré a María, rodeada de actores porno, reía, daba un sorbo a la copa. Tendí mi mano derecha a Mónica, la estrechó. Fuimos a la habitación, cogí un gramo de un del primer cajón de la mesilla, puse dos tiros. A billetes de cincuenta euros nos succionamos las lágrimas por echar.
-¿Estás bien? -le pregunté.
-Siempre me gustó tu compañía, haces las cosas fáciles, como ahora.
Desanudó mi vestido por el cuello y mis bragas fueron a parar al suelo. Puse otro tiro. Ella me dejó ver su cuerpo con pupilas en dilatación. Tampoco me había olvidado de aquel diablillo en su trasero, que parecía igual de símpatico que cuando lo adivinaba desde aquella bútaca. Las mujeres no follan, hacen el amor. Mis morros dibujando un mapa, sus dedos descifrando un secreto. María la había enseñado, ella aprendía rápido.
Después, después sólo quedaba el sabor de un error, las luces en of, la ropa a su maniquí y con otro tiro más, ella salió por la puerta y volvió a salir por la otra, para no volver jamás.
Me remarqué la raya del ojo, dosis de optimismo, farlopa como amigo. María estaba ocupada con los suyos. Nadie alrededor del tocadiscos, el vinilo no se había rayado y estaba mi canción, la fiesta al otro lado. Cerré los ojos.
-La chica más guapa de la fiesta no quiere bailar
Los parpados echados, ¿qué? Sólo un sueño.
-Mimí, ¿no vas a mirarme? Yo lo estoy haciendo.
-No puedo abrir los ojos, tengo miedo a que no estés.
Unas manos, un aliento, su olor, unos brazos erizándome, erizándose, estaba y abrí los ojos. El nacimiento de su pelo, mordí su cuello, quería hacerle daño, me estrechó más contra si con la misma rabia, con el mismo deseo.
-Estás, estás... –dije, eso lo hacía más real.
-Nunca me he ido.

mimí


mientras te ibas